Los toros, Patrimonio Universal de la Humanidad
La Fiesta de los toros—mal llamada Nacional— es uno de los
mayores patrimonios culturales que existen en todo el mundo y en su propia
historia.
Arte en sí mismo, donde el protagonista crea a partir de exponer
su vida al capricho de la muerte, y sirve como inspiración o pretexto para
otras artes y manifestaciones culturales.
Esta fuente de riqueza plástica, artística, ecológica,
económica e histórica pertenece a la humanidad. Es de quien la defiende y de
quien ansía su extinción. Del que asíduamente visita plazas y ferias, y del que
jamás lo hará. Del que deshila minuciosamente una faena, y hasta del que no
sabe distinguir un natural. Es de todos y para todos.
Pero los aficionados son los que tienen el honor, y porque
no, el deber y derecho, de custodiar este legado. Los que mantienen su economía
y prestan su dinero para mucho más que sufragar los costes de producción de un
espectáculo. Cada moneda que pagan en taquilla por una localidad, la invierten
en su conservación y permanencia.
Sin darse cuenta, además de pagar al empresario por la
organización de ese festejo, también dan de comer a una vaca y su becerrito,
pagan los honorarios a la sastrería por el grana y oro que el torero estrenó,
mantienen viva la empresa de transporte que trajo los toros del campo, y a la
imprenta que los carteles imprimió. Además de los cientos de servicios
hosteleros, viajes en taxi, publicaciones, vestuario… que mueve una sola tarde
de toros.
Los profesionales del negocio taurino, no son más que los
arrendatarios de este tesoro. Esta industria es la que, poniendo su trabajo, se
beneficia de los recursos que posee la tauromaquia y debería rendir cuentas al
aficionado de manera constante (su cliente y arrendador).
La impunidad con la que algunos taurinos se creen dueños del
toreo, ocasiona una contínua lesión que acabará siendo crónica y terminal. A su
paso, minan plazas y ferias, sacando público del tendido y enquistando la
rentabilidad para futuros promotores.
El desinterés que la fiesta tiene en la base de la sociedad,
no es más que la consecuencia de una gestión equivocada de sus recursos por
parte de un modelo de negocio trasnochado, abusivo y egoísta.
El afeitado, el 33, la incapacidad de los taurinos por crear
una verdadera industria del toreo, para lo que se necesitaría abandonar
prácticas de negocio decimonónicas , y por supuesto, desterrar las guayaberas
de los callejones o las gomas que atan fajos de dinero con los que se pagar
toros y toreros… en mano.
Ahora bien, el futuro de la Fiesta pasa por convertirla en
un modelo “2.0″, donde el aficionado interactúe con el sector profesional para
evitar el modelo actual “pan para hoy…hambre para mañana” que tan dañino ha
resultado. El profesional taurino debe de ganar dinero, crea mantener puestos
de trabajo, pero nunca a costa de sacrificar el futuro de todo un Patrimonio
Universal.
Un día de toros, es un día que se vive con entusiasmo e
ilusión. En compañía de gente querida, viajando, conociendo lugares y personas,
motivando la economía de pequeños y numerosos negocios del sector servicios, y
sintiendo la felicidad de creer en un espectáculo que forma parte de tu vida.
Hasta aquí, el patrón se cumple fiel y honrado. Pero en el
momento que se cruza la puerta que da acceso al tendido, es cuando otros
patrones envenenan el ánimo de los devotos, llegando a convertirse,
desgraciadamente, en algo previsible.
Figuras, ricas y poderosas —dentro y fuera del ruedo—, que
acuden a la cita con toros impropios bajo el brazo. Callejones infestados de
chusma que jamás acudirían a una plaza si tuvieran que pasar previamente por la
taquilla. Lidias malintencionadas que restan espectáculo al que paga… o en más
amplitud, ferias confeccionadas bajo el criterio del cambio de cromos, donde el
desinterés desploma el ánimo de aficionados y púbicos.
Males depositados dentro de una burbuja tan hermética, que
cuando explote descubrirá las vergüenzas y olores de un sector que, o cambia, o
está sentenciado a morir, pero asesinado en el camino, a un Patrimonio que no
le pertenece.
Sirvan estas líneas para motivar el deseo a todos los
aficionados de seguir disfrutando, amando y defendiendo a la más maravillosa de
las artes, y su influencia en las demás, pero despertando la necesidad de
cambio inmediato para asegurar su propia existencia. Es nuestro deber, y
nuestro derecho.
Juan Iranzo.
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